Fontanería
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Dime qué agua recibes y te diré qué problemas tienen tus instalaciones y entre ellos el más común corrosión los circuitos. Así de directo. Cada región ofrece a sus habitantes agua de distintas procedencias y, por lo tanto, con características químicas diferentes: duras o blandas, ácidas o alcalinas, con más o menos elementos disueltos.
Son características que, al margen de su salubridad, inciden directamente en la vida útil de las instalaciones y, por lo tanto, en el bolsillo del usuario. Hoy analizamos para ti los efectos derivados de la calidad del agua.
¿Qué vamos a ver en el siguiente post?
La dureza del agua, uno de los parámetros clave para determinar su calidad, viene determinada por la cantidad de sales de magnesio y de calcio que tiene disueltas. Se mide en grados franceses (ºfH), un sistema en el que cada grado indica la presencia de 10 mg de carbonato cálcico [CO3Ca] por cada litro de agua. Recuerda que el carbonato cálcico es el elemento con el que están formadas, por ejemplo, las estalactitas y estalagmitas.
Oficialmente, se considera agua dura a partir de 20ºfH, aunque por las tuberías de muchas ciudades españolas circula agua de hasta 60ºfH (en Barcelona o Valencia) e incluso de 90ºfH (en algunos puntos de Palma de Mallorca). ¿Qué significa esto? Que en una vivienda estándar de la mitad Este de España, con 35ºfH de dureza y un consumo de 25 m3 de agua al mes, la instalación va a transportar 100Kg de cal cada año.
También es importante saber que, además del carbonato cálcico disuelto, las aguas duras contienen otras sales como el bicarbonato de calcio [Ca(HCO3)2] o el de magnesio [Mg(HCO3)2].
No dejes de leer: Instalación de agua fría, Aspectos importantes a considerar para el abastecimiento.
El carbonato de calcio no es completamente soluble en el agua, de modo que parte de él acaba depositándose en las instalaciones, formando cristales de diferente dureza que se adhieren a llaves, tuberías, etc. Ese problema tiene relativa importancia cuando hablamos de agua fría, pero se complica notablemente cuando el agua se calienta.
Al aumentar la temperatura del agua, los bicarbonatos que citábamos antes se convierten en carbonatos, liberando en el proceso CO2, o sea, dióxido de carbono. La reacción en el caso del bicarbonato cálcico es la siguiente:
Bicarbonato de calcio + temperatura = carbonato cálcico + dióxido de carbono
Este plus de carbonato cálcico se suma al ya existente y se deposita en las incrustaciones existentes, que cada vez se hacen mayores, si hablamos de un sistema abierto. Porque cuando los sistemas están cerrados (como en calefacciones), los depósitos no se producen porque el proceso es reversible; es decir que, al enfriarse el agua, el bicarbonato vuelve a formarse.
Evidentemente, a mayor cantidad de agua utilizada en una instalación, más posibilidades hay de que las incrustaciones crezcan.
Las instalaciones de agua caliente, lavadoras, lavaplatos, planchas sufren problemas de incrustaciones con los siguientes resultados:
Una vez que la incrustación comienza, sigue creciendo hasta producir daños considerables en serpentines, calderas, intercambiadores, válvulas y grifería.
La incrustación reduce gradualmente el caudal de agua hasta llegar a la obstrucción total de las instalaciones.
La incrustación es una base perfecta para el desarrollo de bacterias o de biofilm (un ecosistema microbiano organizado), deteriorando las características higiénicas del agua.
El pH o potencial de hidrógeno es el segundo parámetro que nos permitirá valorar la calidad del agua. Es un indicador que señala si nos encontramos ante una solución ácida o alcalina y se mide mediante una escala que va de 0 a14. Si el agua es neutra se habla de un pH de 7; si el indicador señala hacia abajo (menor que 7) nos encontramos con aguas ácidas y hacia arriba (mayor que 7), con aguas alcalinas.
Las aguas más duras suelen ser más alcalinas que las aguas blandas. Sin embargo, conviene no confundir estos dos parámetros porque miden aspectos diferentes y no siempre coinciden. De hecho, es posible encontrar aguas duras con un pH bajo, o sea, más bien ácidas.
Las variaciones del pH del agua se producen por el aumento o la disminución del dióxido de carbono o CO2 disuelto en el agua. Cuando el CO2 baja (con el calor, por ejemplo, tiende a disociarse), aumenta el pH del agua y, al ser esta más alcalina, favorece las incrustaciones calcáreas.
Puede suceder, por el contrario, que el CO2 del agua aumente, ya sea por la presencia de carbonatos en el subsuelo o porque ha entrado en el sistema agua de lluvia, que suele haber recogido el CO2 de la atmósfera. Esa presencia extra hace que descienda el pH y que el agua sea más acida. La acidez del agua primero disolverá las incrustaciones de carbonato cálcico, si las hubiera, y luego atacará a tuberías y conexiones metálicas, lo que puede llegar a ser un serio peligro.
Los cloruros (compuestos que llevan un átomo de cloro en estado de oxidación) o los sulfatos (sales de ácido sulfúrico) son otros elementos que pueden encontrarse en el agua y que van a determinar su comportamiento, aumentando o disminuyendo su poder corrosivo.
Pongamos un par de ejemplos: un agua de dureza media-baja (de 10 ºfH) con un pH inferior a 6,9 y una concentración mayor a 200mg/litro de cloruros atacará al hierro y su agresividad aumentará según se incremente la temperatura. Con esos mismos 10 ºfH, pH inferior a 7,5 y un contenido de más de 90 gr/litro de sulfatos, el agua atacará al cobre aumentando también su agresividad con la temperatura.
La descalcificación de aguas duras, por más que sea presentada en muchas ocasiones como una solución milagrosa, está lejos de tener una respuesta definitiva porque en demasiadas ocasiones se basa en la presencia de productos químicos que pueden tener efectos sobre la salud de las personas y la durabilidad de las instalaciones.
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¿Qué problemas has tenido tú por culpa de la calidad del agua? ¿quieres compartirlos con nosotros?